30 septiembre 2013

mamá zen.

              Madre e hija, Gustav Klimt

Siento el aire caliente, condensado y pegajoso. Estoy en mi habitación. Tumbada. Observo mis pies. Una mosca común se posa en mi dedo índice. Me pregunto si aguantará la corriente del ventilador a su paso. ZAS. La mosca resiste el primer round. Percibo un cosquilleo. El insecto mueve sus patas. Trama un plan. Se prepara para su segundo round. La batalla de la mosca contra la corriente. Curiosa elección. Quizá esté viviendo sus últimos segundos en vida. Quizá busque a su madre que fue devorada por una salamandra. Quizá viva el momento y no tenga un plan. 
Jorge irrumpe en el cuarto al tiempo que la mosca alza el vuelo con sus guantes de boxeo.
Lleva su uniforme y parece sudado. Balbucea M-A-M-À-À-À-À. Toca mis pies. Y sonrio.  Apuesto por la inmovilidad. Quiero darme el gustazo. Y le observo. Encuentra una piedrecita sobre el suelo. Me la muestra orgulloso y me pregunta qué es. Le digo P-I-E-D-R-A y él trata de repetir el sonido desafinando la erre. Intenta morderla pero intuye que no está rica. Se marcha del cuarto y vuelve al rato con un garabato azul. Abre y cierra las puertas. Le encanta medir su fuerza. Firme y concentrado. Repite M-A-M-Á-Á-Á-Á y comprueba que sigo aquí. Y ahora.
La mosca repite su hazaña. ZAS. Se posa en mi cuerpo. Elige mi brazo derecho. 
Viajo a un recuerdo de niña. El de la mosca vestida de novia. Un compañero de clase con talento para costurero cazaba moscas para después anudar a sus patas hilos de pelo con una banderita blanca. Recuerdo el eco de nuestras risas cuando la profesora las descubría posadas en el borde de la pizarra. Respiro hondo. Jorge me observa. Cambia el foco. Y descubre un pájaro en la ventana. ¡M-A-M-À-À-À-À pájaro!
Hoy nos tumbaremos mirando al cielo y observando pasar las moscas de la vida. 
                                                                              
                                                                D.P.B.

ilustración de Os Gemeos