27 febrero 2014

cold mountain.

La bella y fértil cadencia del valle nevado entre pinos es un cuento de invierno. 
 Escrito por una mujer seducida por la ventisca acariciándole la piel con las cuchillas del hielo.
Para una niña cautivada por la montaña en la envolvente de su silencio. 
Fascinada por la rareza sobrenatural de una lechuza blanca en la magia de un pensamiento irracional.

pintura acrílica de Santiago Ydáñez

11 febrero 2014

sorbos.

Elisabeth Peyton
El primer trago de mi vida fue en los bajos de Azca hace 25 años. Recuerdo el color del vaso de tubo duralex con tres dedos de cointreau y un zumo de piña artificial. Sabía a rayos y acabé borracha como una cuba. Lo repetí miles de veces con otras combinaciones destiladas y hasta hace muy poco. Entonces significaba la emancipación. Sentirse adulta. Hoy tomar copas es un hábito indiscutible del entramado social. Son los acompañantes placenteros de muchas relaciones. Pero lo cierto es que aunque su consumo contribuye a desinhibirnos, adormece muchas funciones cerebrales y sensoriales. Por no hablar de las resacas y sus magníficos efectos.
Hace unos días viví un lamentable episodio ingiriendo dos chupitos de un brebaje de alcohol de hierbas. Me perdí en las lagunas de mi memoria y dejé mucha dignidad en el camino. Llevo varios días tomando conciencia de esta inercia y me cuestiono.  
¿Disfruto con su sabor o es un fiel compañero que esconde algo mas profundo? 
En mi caso el proceso es claro. Bebo, luego me transformo. 
¿Qué es lo que quiero alterar? El estado real de mi ser. 
¿Y por qué querría modificar lo auténtico, lo que es?  
Supongo que hay algo que me incomoda o que no quiero mostrar. Como si mostrarme tal como soy no fuera lo suyo. Como si hubiera algo que esconder o algun vacío que llenar. Una suerte de vergüenza o inseguridad que me pulsa a sorber compulsivamente. Lo cierto es que disfruto bebiendome una cerveza o una copa de champán pero sé que en otra circunstancia que no fuera social no me acordaria. Porque de una forma espontánea disfruto más tomándome un té o un zumazo. 
¿Así que me sirvo del alcohol para cambiarme? 
Es interesante darme cuenta que consumir alcohol en actos sociales me trae una euforia inconsciente útil para salvar la intimidad de mi propia trama. Menos mal que el cuerpo se manifiesta y señala con sabiduría el camino de nuestras necesidades reales. No mas sorbos ni artificios. Amen. 
Alex Katz
                                                                


01 febrero 2014

un viaje en el tiempo.

  
Los árabes criaron la mejor raza de caballos y los alemanes, la moto maxi-trail, protagonista de nuestro viaje.  
Pilota Hochi, un motero experto en pistas africanas y copilota Deborartica, una scootera urbanita a la que le ponen los retos. 
Viajamos con lo básico dentro de dos maletas de aluminio adheridas a la moto. Un pantalón, un jersey y tres camisetas blancas.
Somos nómadas del siglo XXI. Viajar en moto es la libertad. Un lujo para el olfato y una dosis extra de oxígeno para el cuerpo y el alma. 

                                                Diario de un viaje en moto por la ruta de las kasbahs
    
 DIA 1- Desde Madrid la jaca de acero nos planta en Tarifa en seis horas. Cruzamos el charco en ferry hasta Tánger. Salamaleykum. 
Rompemos el protocolo de asfalto y bajamos a la playa para atravesar una pista de arena. La brisa atlántica nos golpea la cara. Huele a limpio.  
Nuestra primera parada es Assilah a 45 kilómetros de Tánger. Un pueblecito pesquero con un enclave en la muralla dónde ver los mejores atardeceres de la costa. Allá vamos. 
Tomamos un delicioso té verde con Mohamed, un erudito profe de matemáticas de la escuela local. Un grupo de jóvenes le rodea, orgulloso. Escuchan atentos, en silencio y con respeto. Mohamed nos regaló una frase antes de despedirnos “no hay dos viajes iguales recorriendo el mismo camino”. 
                           
DIA 2 -Nos despedimos del frescor de la costa y salimos de madrugada en dirección a Meknes, una de las cuatro ciudades imperiales de Marruecos. El campo huele a azahar y mimosas. Vemos montañas de lodo que han dejado las lluvias torrenciales de los últimos dias. Los efectos han sido devastadores. Muchas familias han perdido sus huertos y sus casas. Habituados durante decenios a prolongadas sequías, la zona agrícola mas productiva del país está inundada.
Durante horas vemos lienzos, azules y verdes. Inmensos y luminosos. Cruzamos bosques de alcornoques que parecen extremeños. Las mujeres y los niños cabalgan por el lateral de la carretera cargando fardos en el lomo de sus burros. Portan patatas, naranjas, tomates, calabacines y pepinos. Atravesamos una planicie de olivos plateados y por un momento nos embriaga un intenso olor a aceite. El día nos regala una de las postales más bonitas del viaje.


Seguimos ruta, sin pausas ni fotos. Hay que llegar a Fez antes de que anochezca. El frío de la noche es nuestro mayor enemigo. Obligados, pasamos de largo Meknes. La improvisación es la premisa de cualquier viaje.
La magia de Fez nos recibe al atardecer. Una luz dorada, casi mística. Vemos los restos de la ciudad antigua, amurallada, cargada de leyenda. Doce siglos de historia nada menos. Aparcamos la moto y tomamos un baño de vapor en el hammam del Palais Jamais, célebre hotel de lujo de los años treinta en la vieja medina de Fes el-Bali. 
   

   

DIA 3. Hoy recorremos Fes el Bali, antigua ciudad medieval árabe y la mayor zona peatonal del mundo, con más de nueve mil callejuelas. Es laberíntica, envolvente, misteriosa. Vive estancada en el tiempo.
Vemos una marabunta de hombres que transita las calles a codazos con gesto ocupado. Respiramos un caos ordenado.
Los burros levantan polvareda a su paso, cargados de alfombras, tejidos, pieles o alhajas.
Atravesamos un festival de puestos callejeros de perfume intenso. Azafrán,  aceitunas, ámbar, comino, canela, inciensos, paprika, frutas y dátiles; carne y pescado.
Escuchamos el eco de los rezos. Es la tercera plegaria del día. Cientos de fieles sometidos al islam. La segunda religión del mundo, unos ochocientos millones de creyentes. 
    
DIA 4.- Son las cinco de la mañana y es el día más largo del viaje. Cruzaremos el Medio y Alto Atlas para llegar y contemplar el atardecer en el Erg Chebbi, una de las puertas al Sáhara.
Salimos del hotel caminando como astronautas. La montaña promete frío.
LLevamos media hora rodando y el GPS yá registra la progresiva subida de montaña: ochocientos, mil...hasta los dos mil metros del pico de Ifrane. Es la única estación de esquí de toda Africa. Curiosamente las casas son alpinas y recuerdan mucho a los típicos chalets suizos.
Cruzamos bosques de cedros, fresnos, arces y álamos. Respiramos un aire puro, ya estamos hiperoxigenados. El día es soleado pero aquí arriba se siente mucho frío. Avistamos las impresionantes cascadas de las Vírgenes y vemos algunos monos del Atlas, un lujo sabiendo que están en peligro de extinción. Sumamos kilómetros, hoy no haremos paradas fortuitas. En trayectos largos uno toma mas conciencia del viaje. Viaja más conectado con el alma.
La vasta cordillera nevada del Atlas asoma. Impresiona. Tan lejos, tan cerca. Tiene una dimensión sobrenatural. Avistamos un gran lago de montaña.
De la nada aparece una familia bereber con dos hijos. Piden ayuda, su motocicleta está sin gasolina. Los niños miran boquiabiertos nuestra máquina. Son guapísimos y visten con ropas extralargas. Son nómadas imazighen y hablan el dialecto tamazight, uno de los tres que hablan estos bereberes del Medio Atlas. Se sienten muy agradecidos y nos invitan a un diminuto tagine con verduras que cocinan en una cazuela de aluminio paupérrima. 


Desde hace unos kilómetros el paisaje es diferente. La tierra es agreste, polvorienta, hosca y caliza. No se perciben signos de vida, ni humana ni animal ni vegetal. Estamos a dos mil trescientos metros de altura y el silencio y la quietud acompañan nuestra ruta. Sentirse solo en la inmensidad de la naturaleza es magnífico.
En medio del secarral de la llanura, descubrimos el oasis del río Fiz. Una sorpresa de palmeral, denso, exuberante y fértil. Esta mesopotamia del Maghreb es una región rica en dátiles que alberga mas de sesenta mil palmeras y a cinco mil familias. Siempre que hay agua, hay vida.

Dejamos atrás los valles presaharianos y la civilización. La moto vive su bacanal. Durante cincuenta kilómetros rodamos a golpe de marcha cambiada por pistas de tierra. Sorteamos badenes, socavones, hoyos y piedras. Nuestras espaldas, a prueba de golpes. Nos cruzamos con coches, quads y motos disfrazados. 
Mañana arranca el campeonato rally Tuareg, el segundo en la categoría de raids después del París-Dakar. Un preámbulo de la foresta de arena que se avecina.



Llegamos a las puertas del desierto (Erg Chebbi) justo al atardecer. Vemos un horizonte lunar. El ocre de la arena enrojece con la caída de la luz. Es un mágico océano de dunas. Cuánta quietud. La moto descansará a la interperie y nosotros dormiremos bajo un cielo de estrellas único en el mundo. 


DIA 5- Hemos perdido la cuenta de los kilómetros acumulados pero la curiosidad se mantiene intacta. Imposible acostumbrarse a tanta belleza y singularidad. Estas tierras son el testigo de la adaptación del hombre a la naturaleza, tan magnífica y fértil como brutal.

Hochi, el motor del viaje, haciendo amigos

Paramos en Ouarzazate, una ciudad de cine. Aquí han rodado los hermanos Lumiére, Orson Welles, Hitchcock o recientemente Ridley Scott con Kingdom of Heaven
Esta noche pernoctamos con aires de alfombra roja bajo un cielo poblado de estrellas. Laila saída. 
DIA 6. Durante las próximas cuatro horas de ruta contemplamos las gargantas de montaña mas impresionantes del viaje. Una sensación de vértigo compensada por unas vistas únicas. Vemos multitud de kasbahs. Todas integradas y mimetizadas con el paisaje. No se distingue donde empieza la kasbah y donde continua la montaña. La tierra es roja y está teñida de un brillante mineral. En medio, circula el caudaloso río Mellah que recorre densos palmerales a su paso. 



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..........................................Llegando a Marraquech observamos lienzos de almendros, orquídeas, higueras, jaras y narcisos. 
En nuestros rostros, las huellas de sucesivos días de sol y viento motero. En los cuerpos, mas de tres mil kilómetros acumulados. Y en el alma, un gozo extraordinario.
enamorada de esta moto
                                                     


Texto y fotos D.P.B.