Los árabes criaron la mejor raza de caballos y los alemanes, la moto maxi-trail, protagonista de nuestro viaje.
Pilota Hochi, un motero experto en pistas africanas y copilota Deborartica, una scootera urbanita a la que le ponen los retos.
Viajamos con lo básico dentro de dos maletas de aluminio adheridas a la moto. Un pantalón, un jersey y tres camisetas blancas.
Somos nómadas del siglo XXI. Viajar en moto es la libertad. Un lujo para el olfato y una dosis extra de oxígeno para el cuerpo y el alma.
Diario de un viaje en moto por la ruta de las kasbahs
DIA 1- Desde Madrid la jaca de acero nos planta en Tarifa en seis horas. Cruzamos el charco en ferry hasta Tánger. Salamaleykum.
Rompemos el protocolo de asfalto y bajamos a la playa para atravesar una pista de arena. La brisa atlántica nos golpea la cara. Huele a limpio.
Nuestra primera parada es Assilah a 45 kilómetros de Tánger. Un pueblecito pesquero con un enclave en la muralla dónde ver los mejores atardeceres de la costa. Allá vamos.
Tomamos un delicioso té verde con Mohamed, un erudito profe de matemáticas de la escuela local. Un grupo de jóvenes le rodea, orgulloso. Escuchan atentos, en silencio y con respeto. Mohamed nos regaló una frase antes de despedirnos “no hay dos viajes iguales recorriendo el mismo camino”.
DIA 2 -Nos despedimos del frescor de
la costa y salimos de madrugada en dirección a Meknes, una de las cuatro ciudades
imperiales de Marruecos. El campo huele a azahar y mimosas. Vemos montañas de
lodo que han dejado las lluvias torrenciales de los últimos dias. Los efectos han sido devastadores. Muchas familias han perdido sus huertos y sus casas.
Habituados durante decenios a prolongadas sequías, la zona agrícola mas
productiva del país está inundada.
Durante horas
vemos lienzos, azules y verdes. Inmensos y luminosos. Cruzamos
bosques de alcornoques que parecen extremeños. Las mujeres y los niños cabalgan
por el lateral de la carretera cargando fardos en el lomo de sus burros. Portan
patatas, naranjas, tomates, calabacines y pepinos. Atravesamos una planicie de olivos plateados y por un
momento nos embriaga un intenso olor a aceite. El día nos regala una
de las postales más bonitas del viaje.
Seguimos ruta, sin pausas ni fotos. Hay que llegar a Fez antes de que anochezca. El
frío de la noche es nuestro mayor enemigo. Obligados, pasamos de largo Meknes. La improvisación es la premisa de cualquier viaje.
La magia de Fez nos recibe al atardecer. Una luz
dorada, casi mística. Vemos los restos de la ciudad antigua, amurallada,
cargada de leyenda. Doce siglos de historia nada menos. Aparcamos la moto y tomamos un baño de vapor en el hammam del
Palais Jamais, célebre hotel de lujo de los años treinta en la vieja medina de Fes el-Bali.
DIA 3. Hoy recorremos
Fes el Bali, antigua ciudad medieval árabe y la mayor zona
peatonal del mundo, con más de nueve mil callejuelas. Es laberíntica, envolvente, misteriosa. Vive estancada en el tiempo.
Vemos una marabunta de hombres que transita las calles
a codazos con gesto ocupado. Respiramos un caos ordenado.
Los burros levantan polvareda a su paso, cargados de
alfombras, tejidos, pieles o alhajas.
Atravesamos un festival de puestos
callejeros de perfume intenso. Azafrán, aceitunas, ámbar, comino, canela, inciensos, paprika, frutas y dátiles; carne y pescado.
Escuchamos el
eco de los rezos. Es la tercera plegaria del día. Cientos de fieles sometidos al islam. La segunda religión del mundo, unos ochocientos millones de creyentes.
DIA 4.- Son las cinco de la mañana y es el
día más largo del viaje. Cruzaremos el Medio y Alto Atlas para llegar y contemplar el atardecer en el Erg Chebbi, una de las puertas al Sáhara.
Salimos
del hotel caminando como astronautas. La montaña promete frío.
LLevamos media hora rodando y el GPS yá registra la
progresiva subida de montaña: ochocientos, mil...hasta los dos
mil metros del pico de Ifrane. Es la única estación de esquí de
toda Africa. Curiosamente las casas son alpinas y recuerdan mucho a los típicos
chalets suizos.
Cruzamos bosques de cedros, fresnos, arces y álamos. Respiramos
un aire puro, ya estamos hiperoxigenados. El día es soleado pero aquí arriba se siente mucho
frío. Avistamos las impresionantes cascadas de las Vírgenes y vemos algunos
monos del Atlas, un lujo sabiendo que están en peligro de extinción. Sumamos kilómetros, hoy no haremos paradas fortuitas. En trayectos
largos uno toma mas conciencia del viaje. Viaja
más conectado con el alma.
La vasta cordillera nevada del Atlas asoma. Impresiona. Tan lejos, tan cerca. Tiene una
dimensión sobrenatural. Avistamos un gran lago de montaña.
De la nada aparece una familia bereber con dos hijos. Piden ayuda, su motocicleta
está sin gasolina. Los niños miran boquiabiertos nuestra máquina. Son
guapísimos y visten con ropas extralargas. Son nómadas imazighen y hablan el
dialecto tamazight, uno de los tres que hablan estos bereberes del Medio Atlas. Se sienten muy agradecidos y nos invitan a un diminuto
tagine con verduras que cocinan en una cazuela de aluminio paupérrima.
Desde hace unos kilómetros el paisaje es diferente. La
tierra es agreste, polvorienta, hosca y caliza. No se perciben signos de
vida, ni humana ni animal ni vegetal. Estamos a dos mil trescientos metros de
altura y el silencio y la quietud acompañan nuestra ruta. Sentirse solo en la inmensidad de la naturaleza es magnífico.
En medio del secarral de la llanura, descubrimos el oasis del río Fiz. Una sorpresa de
palmeral, denso, exuberante y fértil. Esta mesopotamia del Maghreb es una región rica en dátiles que alberga mas de sesenta mil palmeras y
a cinco mil familias. Siempre que hay agua, hay vida.
Dejamos atrás los valles presaharianos y la
civilización. La moto vive su bacanal. Durante cincuenta kilómetros rodamos a
golpe de marcha cambiada por pistas de tierra. Sorteamos badenes, socavones,
hoyos y piedras. Nuestras espaldas, a prueba de golpes. Nos cruzamos
con coches, quads y motos disfrazados.
Mañana
arranca el campeonato rally Tuareg, el segundo en la categoría de raids
después del París-Dakar. Un preámbulo de la foresta de arena que se
avecina.
Llegamos a las puertas del desierto (Erg Chebbi) justo
al atardecer. Vemos un horizonte lunar. El ocre de la arena enrojece con la
caída de la luz. Es un mágico océano de dunas. Cuánta quietud. La moto
descansará a la interperie y nosotros dormiremos bajo un cielo de estrellas
único en el mundo.
DIA 5- Hemos perdido la cuenta de los kilómetros acumulados
pero la curiosidad se mantiene intacta. Imposible acostumbrarse a tanta belleza
y singularidad. Estas tierras son el testigo de la adaptación del hombre a la naturaleza, tan magnífica y fértil como brutal.
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Hochi, el motor del viaje, haciendo amigos |
Paramos en Ouarzazate, una ciudad de cine. Aquí han rodado los hermanos Lumiére, Orson
Welles, Hitchcock o recientemente Ridley Scott con Kingdom
of Heaven.
Esta noche pernoctamos con aires de alfombra roja bajo un cielo poblado de estrellas. Laila saída.
DIA 6. Durante las próximas cuatro horas de ruta contemplamos las gargantas de montaña mas impresionantes del viaje. Una sensación de vértigo compensada por unas vistas únicas. Vemos multitud de kasbahs. Todas integradas y mimetizadas con el paisaje. No se distingue donde empieza la kasbah y donde continua la montaña. La tierra es roja y está teñida de un brillante mineral. En medio, circula el caudaloso río Mellah que recorre densos palmerales a su paso.
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..........................................Llegando a Marraquech observamos lienzos de almendros, orquídeas, higueras, jaras y narcisos.
En nuestros rostros, las
huellas de sucesivos días de sol y viento motero. En los cuerpos, mas de tres mil kilómetros
acumulados. Y en el alma, un gozo extraordinario.
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enamorada de esta moto |
Texto y fotos D.P.B.